PEDALEAR: UN PLACER PROFUNDO


En bici se aprende la constancia, la resistencia, la tenacidad, la lentitud de la experiencia. Se ejercita el conocimiento de uno mismo, la dosificación y la adaptación de las propias fuerzas y la propia resistencia a las peculiaridades del terreno que se atraviesa. El arte del ciclista consiste en anticiparse al territorio, intuir cuestas y pendientes para ajustar la marcha unos instantes antes de necesitarla. El ciclista no se impone a la ruta como los motorizados; debe pactar con el exterior, con el pavimento, con la tierra, con las condiciones del camino.
No sólo las piernas, todo el cuerpo se implica en cada pedalada, en ese rodar armónico que dibuja una línea por el suelo. Las piernas impulsan, las cabeza dirige, los brazos conducen; el ojo, presto a sortear baches, hoyos, accidentes. Porque rodar en bici por el mundo es también una cuestión de puntería, como dibujar, como escribir, como cualquier desplazamiento que aspire a acertar: como vivir.
¡Y qué bien le sienta el verbo circular al ir en bici! Vuelta a vuelta, el desarrollo cíclico se acumula, se suma en la distancia, en el alcance, en el destino. Y cuando el acopio del esfuerzo nos eleva, cuando pedaleando se gana altura, la recompensa se cifra en el poder que otorga la visión panorámica, desde lo alto, en la contemplación del paisaje como resultado de una conquista progresiva, de una labor paciente y callada. Y qué gusto dejarse entonces caer por la pendiente, liberar la potencia acumulada, el acervo atesorado en una posición ventajosa. Y qué extraño, cómo se confunde dolor y placer pedaleando, como si en el esfuerzo fuera ya la recompensa.

Así nació el cicloturismo y así continúa haciendolo día a día. A principios de siglo casi nadie lo conocía; hoy son varios los grupos organizados que conocen y reconocen el país montados en bicicleta. Deporte y turismo se funden, y constituyen una de las más placenteras formas de pedalear.
Es un placer oculto, escondido, que pocos conocen. La sensación de conocer parajes nuevos, geografías distintas, es única. Y si se hace sobre una bicicleta, con mayor razón. La sensación de libertad se multiplica, llegando a transformarse, en ocasiones, en una sana adicción. Es el placer culpable de miles de hombres y mujeres, con espíritu aventurero, que disfrutan de esta sensación casi silenciosamente. Los que se atreven a desafiar no sólo a la naturaleza, sino también a las propias piernas y al organismo, cuentan con un saldo a favor. Porque a cambio del sacrificio reciben aventura, compañerismo, deporte, salud y turismo, todo en uno. Sacrifican muchas veces el estado físico y los lujos, y obtienen a cambio un encuentro directo con la naturaleza, y con el paradisíaco paisaje que nos embuelve. Paisaje que ya no se ve a través de una ventanilla, sino que se palpa, se huele, se siente. Eso es lo que experimentan los cicloturistas. A principios de este nuevo siglo comenzó un boom en la actividad cicloturística. Comenzaron a surgir grupos de aficionados a la bicicleta, que se entusiasmaron con la idea de utilizar su medio de transporte favorito para conocer y reconocer lugares alejados de la urbe. Y no tardaron en organizarse. Y reconocieron que viajar en grupo traía una enorme cantidad de beneficios para debutantes y no tan debutantes en el cicloturismo. Cualquiera que sea el destino, lo importante es ir bien acompañado, protegido por cualquier eventualidad. Y aunque más de alguno tiene espíritu de ermitaño, y se lanza a pedalear completamente solo, la gran mayoría lo hace en grupos. Grupos absolutamente heterogéneos, constituidos por hombres y mujeres de todas edades y clases sociales, donde todos comparten el placer deviajar sobre sus bicicletas.


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